NOTAS DESDE EL INFIERNO

lunes, 15 de septiembre de 2008


En las noches tormentosas, Ivana no podía evitar los pensamientos sobre la vida y la muerte. Imaginar cómo sería yacer en el fondo de una fosa o si lo brillante de las luces en los túneles la matarían, no eran los pensamientos más comunes en una quinceañera, pero ella no podía recordar nada distinto. Desde que tenía imaginación, se veía a sí misma con un radiante vestido rojo, bailando en un gran salón oscuro, caminando como una doncella a la sombra de la vida como un ente más allá de toda comprensión. Entonces, la realidad volvía a golpear su rostro.

Mientras rodaba en el autobús camino al liceo, se detenía a mirar los mensajes escritos en las paredes, algunos sin sentido, otros con demasiado para ser entendido por los simples peatones que pocas veces reparaban en lo que había a su alrededor. Uno de ellos siempre le llamaba la atención: “La muerte es el fin de todos los simulacros en la vida”. No le importaba qué era real o ficticio, al final del día sus pensamientos eran agradables acompañantes y la búsqueda de respuestas, era toda una fascinación.

Cerca de su cumpleaños número 16, uno de los regalos insípidos de sus tías captó su interés: Eran un manojo de cartas de tarot. Comenzó a hacerles preguntas sobre qué había más allá de la línea marcada por su respiración, pero no lograba armar ningún significado. Esa noche las cartas cayeron al piso, en una clara señal de caos vital. ¿Algo maligno? Sería bueno para matar el aburrimiento de los días y saber si algún día bailaría en el salón con el vestido rojo. Por la mañana, un nuevo mensaje apareció en las paredes del camino al liceo: “Cenicienta, vas por mal camino”. No era algo para sentirse aludida, pero no podía dejar de pensar en esa frase amenazadora. Al día siguiente, una nueva pregunta “¿Hablas conmigo? y vio la respuesta en letras escarlatas “Vengo pronto”. Ivana sonreía al percatarse de sus ridículas ideas, cómo un ente superior podría comunicarse hablando en paredes, no creía que nadie perdiera su tiempo escribiendo notas en la calle, menos algo fuera de este mundo, contactado por unas cartitas españolas de tarot. “La incredulidad es ley para los mediocres”, vio desde el autobús otra mañana, escrito con las mismas letras escarlatas. Se sintió emocionada y finalmente, algo especial. Cayó la noche y tras la paliza cotidiana que le regalaba la realidad cotidiana, se encerró en su cuarto a desear un descanso final, enardecida por ese dolor conocido que había hecho nido en sus entrañas desde niña, era un secreto compartido por muchos adolescentes atormentados. ¿Cuándo podré escapar de esta farsa?, era la pregunta necesaria para quien ha sufrido en silencio todos los daños del mundo y aún así, sonríe en la calle para deleite de amigos y maestros que prefieren no hacer preguntas.

Otro mensaje apareció en la madrugada, pero esta vez no estaba en una pared. Un fuerte humo arropó la habitación y Elena se fregó con sus propias lágrimas para asomarse en la ventana. “No hay regreso para ti”, sentenciaban unas letras hechas con hojas secas y prendidas en fuego. Todo el barrio se volvió un alboroto y otra paliza vino sin explicaciones, algo de culpa debía tener ella y por eso, pagó el precio cotidiano, para que todos la vieran como el ejemplo de una disciplina paterna vacía. Esa noche, Ivana volvió a verse con el vestido rojo, su cuerpo se tornó frío y bailó por el salón oscuro, sin que sus pies tocaran el suelo. Un extraño sabor a sangre corrió por su boca, pero no le importó. Había logrado su destino y en un segundo, una criatura sin rostro, a la que todos temen, le plantó su primer y único beso. En ese contacto, ella sintió que deliraba y vio toda su vida en un instante, pero distinta: Se vio sin defectos ni virtudes, lo que sentía por ella cada persona que tocó su vida, supo quiénes la amaban en secreto y quienes soñaban con verla destruida, también se enteró de cuánto daño inconsciente había hecho en sus pocos años, cuantas consecuencias tuvieron sus palabras inocentes, los terribles recuerdos de la infancia de su padre castigador y sobre todo, se dio cuenta que, en realidad, su corazón no anhelaba la muerte, sino otro tipo de vida como liberación. Pero, ahora, ya era demasiado tarde y comprendió que era verdad lo que decían las paredes.

La muerte no debe soñarse porque de ella no se regresa, siempre es un mal camino a escoger, no creer en nada es cosa de mediocres y sobre todo, la muerte es el final de todos los simulacros, porque sólo a través de ella es posible conocer los secretos en el corazón de los demás, esos que ellos mismos ignoran y que a ti, te pueden cambiar la perspectiva en un segundo. Y de repente, la princesa de rojo quedó sola en el salón, lamentando haber pensando en la muerte como una elección.

FANTASMA DE CONCRETO
ILUSTRACIÓN: KENNETT

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