BESO EN LA TIERRA

lunes, 13 de octubre de 2008


Aquella mañana nos despertamos antes del primer rayo de sol. Mi esposo yacía junto a mí, con su cara hundida en la negrura de mis cabellos, era como si quisiera ser devorado por ellos. Con una mano envolvía mis caderas acaneladas y con la otra sacaba pedacitos de hojas adoptados por mi piel, tras un remolino delicioso que me atrapó en la noche y me recordó a quién pertenecía.

Me levanté con sigilo y vi el sol por las rendijas de la estera, era como si viniera a saludarnos y yo besaba la tierra en su nombre. No teníamos calendario ni fechas, para nosotros el transcurrir del tiempo no era distinto a la naturaleza: Sol, Calor, Frescura, Oscuridad, saboteada por vapores de guerras repentinas, pero nada más. El tiempo era algo tan frágil como la flor que mi esposo colocaba junto a mí todas las noches, decía que así lograba perfumar mis sueños. Y yo, me acostumbré a dormir sintiendo su mirada, una protección silente que me contemplaba como si yo fuera más hermosa que las cascadas o las copas de los árboles. Nadie predijo esa mañana que, para el atardecer, ya habían arrancado mi vida, la de mi familia, la de toda mi gente y me habían arrojado de un mundo que yo, ahora, comienzo a entender.

Ese día había empezado bien, pero un extraño presentimiento me hizo un nudo en la garganta. De repente, todos salimos a la intemperie, porque escuchamos ruidos terribles en todas las direcciones, eran como golpes de piedras contra el piso. Así nos rodearon, esos hombres extraños montados en bestias de ojos rojos más rápidas que cualquier cosa, sus largos tubos escupían muerte y fuego, no hubo tiempo de oponer mucha resistencia, pero qué sabíamos nosotros del mundo que nos envió a estos seres que, a simple vista, eran idénticos a nosotros salvo por su color de piel y su lengua. ¿Eran tan importantes esas diferencias? Es algo que el tiempo aún no me responde. Solté las cestas y fui a buscar a mi esposo, en aquellos instantes de dolor y sometimiento, yo era la única que sabía que la esclavitud podría era la única opción y prefería matarlo yo misma, antes de verlo a los pies de un extraño. No hizo falta. Cuando su llegué su cuerpo ensangrentado parecía haber sido mordido por el peor de los animales. Sólo dos lágrimas corrieron por mis mejillas, las sequé y me levanté digna, sentí que esos hombres pálidos venían corriendo hacía mí, mas no voltee. Uno de ellos giró mis hombros con fuerza y disfruté su cara de sorpresa al ver la lanza que ya me había clavado en el vientre. Lejos de estar rendida, caí al suelo dueña de mi vida y mi muerte. Fue allí, junto al cadáver de mi esposo, cuando le di a la tierra su último beso.

FANASMA DE CONCRETO
ILUSTRACIÓN: KENNETT

0 comentarios:


This Flash Player was created @ FlashWidgetz.com.

CONECTATE DESDE AQUI