
El agua de la regadera recorría sus cuerpos, aún separados por centímetros de vacío, cuando Alberto sintió un frío en su espina dorsal. Las caricias de aquella chica, siempre misteriosa e inalcanzable, eran lo que siempre había soñado, sobre todo al darse cuenta que estaba cansado de rodar en las manos de mujeres con la cabeza llena de brillo labial. Fue tal su sentimiento de satisfacción que dejó a un lado los tabúes y decidió permitirle el ingreso a lugares desconocidos de su cuerpo. Las sensaciones fueron abrumadoras y él sencillamente se entregó al delirio. Ni siquiera le importó percatarse de la verdad del misterio que su bella chica guardaba en la mitad de sus piernas. Ahora, sabía porque su naturaleza era más que conocida para esa deliciosa presencia en su cama. La culpa se fue al no encontrar lugar para acostarse.
FANTASMA DE CONCRETO
ILUSTRACIÓN: KENNETT
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