Cuando los últimos rayos del sol saltaban a su muerte en el infinito, yo, la amante más íntima de la maldad, me permití volver a pensar en ti. Estaba en la azotea de un edificio cualquiera, esperando la noche para salir a cazar junto al resto de las criaturas de otros mundos y de aquellos que se creen sobrenaturales para darle algo de esperanza a su existencia inútil y el púrpura consumía sus rostros al ver un corazón mordisqueado, unos dientes rotos, un ojo empalado como aperitivo, no es lo mismo tener sed de sangre que sentirla quemar la garganta. En fin, estaba en la azotea, como cualquier vagabunda de esta ciudad, en los jeans caían las gotitas de sangre que se resbalaban de mi boca aún sedienta, mientras ese agotamiento profundo volvía a golpear mis huesos con fuerza, un cansancio sin sueño, un letargo de quien agoniza al olvido del mundo, cabalgando sobre la muerte sin que le importe un carajo. Veo a la gente, como si nunca hubiese sido una entre ellos, pero, ahora, comprendo a quienes no comprendí, veo más allá de lo que pueden ocultar y te aseguro, viejo amigo, que aprendí a aprovecharme muy bien de eso. Ahora, soy lo que tú hiciste de mí. ¿Esperabas contar con el regalo del olvido en la mente de una psicópata? Ya no conoces mis obsesiones. El resto de nuestros pares me advierten que he llegado demasiado lejos, sobre todo aquella vez cuando succioné a aquel chico de una forma inesperada hasta verlo morir en ese hotel a donde siempre me llevabas, cuando yo era gente, cuando yo tenía alma. No sé que me excita más si sentir el miedo entre mis dedos, sentir los temblores en la sangre de los hombres más fuertes cuando me acerco o lamer las lágrimas de esas niñas que creyeron tener el mundo entre sus manos y no soportan el buen susto de una vieja amiga. Pero, hoy eso es basura. Hoy me permití volver a pensar en ti como una vez lo había hecho y me sentí sedienta, yo había adoptado esta forma para seguirte al mismo infierno si era necesario, pero me quedé atrapada allí.
Sigo cazando sola, para mantenerme activa, aprendí la lección de compartir la maldad como bien que no se le niega ni al mejor postor, entonces me pregunto estarás sonriendo en este momento, al ver lo que hiciste de mi, te sentirás grande como el creador, que también nos señala y aborrece porque, vamos no podemos negarlo, nos encanta la oscuridad. Me recuerdas como era, la admiración con la que siempre te veía, recuerdas como la esperanza fue muriendo en un pozo oscuro, donde ahora, la luz cae despedazada. Ahora, no se si alguna vez te conocí, te recuerdo, los psicópatas vemos lo que queremos ver, no se si en este momento ríes o lloras, mientras mi cuerpo te reclama desde una azotea, en otra vida, en otro tiempo, en otra ciudad. Sé que oyes. Sé que, de alguna forma me vigilas y lo único que me faltaría para terminar de matar mis sentidos, sería ver tu rostro felino y acechante, deformado al darte cuenta de lo que has hecho conmigo.
Me convertiste, me sacaste de la tumba, para hacerme caminar entre gente que ahora comprendo y me dan más lástima todavía, así como yo se que te la sigo dando. Ahora, soy asesina, ya estoy condenada, me gané con crueldad de sobra mi puesto en las calderas de Azazel, en el desierto de la condena, reino en las calles de esta ciudad donde yazgo en tinieblas. Caerás en cuenta que corrí en dirección contraria. Las alas que me regalaste, las corté para bañar con mi sangre la tierra donde nos conocimos. Pero, ¿qué otra cosa habría podido hacer?, si mi príncipe estaba maldito. Así aprendí, con el paso de los años, a no permitirme un pensamiento hacia acá. Mis nuevos sentidos me hacen posible el control, como lo hicieron contigo, la noche en que te contuviste de matarme para no llevarme contigo. Pues bien, estoy más cerca que lejos, entre la locura y la rabia. Me bañé gustosa en la sangre, sólo para que me vieras condenándome. Ya es hora de volverte a ver.
Así termina la página que cayó de un diario de consultas de una doctora innombrable, la psiquiatra del cuarto piso, quien dejó el dinero del alquiler en un sobre y desapareció sin decir nada. No se llevó ninguna de sus cosas, tal vez a donde iba no las necesitaba.
FANTASMA DE CONCRETO
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