LA SOMETIDA

domingo, 10 de agosto de 2008


Una vida completa en un colegio de monjas y una plazoleta oscura son precisamente el sueño de una colegiala, apenas mayor de edad. Para ella, eran una especie de alcabala, un club de gente sin nombre, donde jamás aspiró una membresía, un paso hacia la libertad, si es que eso existía. Su inexperiencia, la llevó a creer que ideas como conquistar aquel imperio rancio eran tan fácil como chasquear los dedos. Estaba enamorada de la muerte, porque a veces parecía un lugar fuera de toda limitación.

Sus cuadernos, sus estantes y la recóndita oscuridad de su colchón, eran el sitio perfecto para ocultar verdaderas sinfonías a la perversidad. Así, las tardes calurosas pasaban entre humo de cigarrillo en el baño del colegios y excitantes travesuras de maestros, vigilantes y jardineros, metiendo su manos bajo la amplia falda, sin importar su apariencia u olor. Lo importante era el riesgo y ya no había nadie cerca. Ella disfrutaba más en aquel baño que en cualquier otra parte de los cortos espacios que se le permitió recorrer. Mientras era embestida con fuerza o amarrada con los cordones robados a las imágenes, miraba hacia fuera, a la espera de su amada que, un día de estos, se burlaría de la suerte y la vendría a buscar. Pero, en fin, para qué esperar.

La princesa de la noche quería su corona. Algo la esperaba afuera. Esa mañana, la nena no apareció en las clases, sus sábanas no habían sido tocadas, nadie la había visto en el desayuno. No la verían nunca más. Sólo días después, cuando las llamas de un incendio consumieron el colegio, una monja pareció ver el rostro de ella entre las llamas. Tú nunca vas a cambiar, la maldad yace en tus entrañas, pensó la religiosa sin ninguna sorpresa. Aunque su reacción hubiera sido otra, si hubiese sabido que la nena había atravesado las rejas de su propia mente y se había entregado a las aventuras de la calle. Fue allí, en ese túnel oscuro, al cual corrieron las niñas durante el incendio, donde ella fue penetrada por la muerte, sin ninguna contemplación, entre vapores putrefactos y los ojos brillantes del psicópata que se dieron un banquete engulléndola y demostrándole que sí era posible convertirse en la peor pesadilla de un imperio. Ahora, pertenecía a su amada y esta le corría por las venas. Ya era mucho más que una simple putita de colegio. Y caminó tranquila, riendo con la imagen de las llamas elevadas a un cielo, poco menos que interesante.


FANTASMA DE CONCRETO
ILUSTRACIÓN: KENNETT

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